xoves, 30 de outubro de 2014

PRIMEIRA REUNIÓN DO CLUBE DE LECTURA ADULTOS AGUIAR: El olvido que seremos


HÉCTOR ABAD FACIOLINCE, El olvido que seremos, Booket, Barcelona, 2011, 420 páxinas.

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Comezamos esta segunda edición coa reunión inicial dos membros de Clube de Lectura Adultos Aguiar.

Esta vez, despois da benvida aos novos participantes, acordamos as datas das próximas citas: o luns 17 de novembro verémonos de novo na nosa Casa de Acollida, a Libraría Biblos, á que temos que agradecer o mimo e a cordialidade coa que nos agasallan.
A primeira lectura xa estaba escollida: El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince.
A ninguén se lle ocorriu obxetar despois da lectura que fixo Óscar do texto que aquí deixamos, recordando que o noso é un Clube Aberto, no que sempre haberá un oco para que o queira encher. Porque o sentido da existencia desta actividade segue a ser tender pontes que axuden a construir ese proxecto que nos implica en paridade: a educación dos rapaces e rapaces, que estando agora nas aulas do Aguiar, pronto serán os individuos que rexerán o mundo: un mundo que precisa unha nova ollada (con)vencida pola sensibilidade. 


   Mi papá siempre pensó, y yo le creo y lo imito, que mimar a los hijos es el mejor sistema educativo. En un cuaderno de apuntes (que yo recogí después de su muerte bajo el título de Manual de tolerancia) escribió lo siguiente: «Si quieres que tu hijo sea bueno, hazlo feliz, si quieres que sea mejor, hazlo más feliz. Los hacemos felices para que sean buenos y para que luego su bondad aumente su felicidad». Es posible que nadie, ni los padres, puedan hacer completamente felices a sus hijos. Lo que sí es cierto y seguro es que los pueden hacer muy infelices. Él nunca nos golpeó, ni siquiera levemente, a ninguno de nosotros, y era lo que en Medellín se dice un alcahueta, es decir, un permisivo. Si por algo lo puedo criticar es por haberme manifestado y demostrado un amor excesivo, aunque no sé si existe el exceso en el amor. Tal vez sí, pues incluso hay amores enfermizos, y en mi casa siempre se ha repetido en son de chiste una de las primeras frases que yo dije en mi vida, todavía con media lengua:
   —Papi: ¡no me adores tanto!
   Cuando, muchos años más tarde, leí la Carta al padre de Kafka, yo pensé que podría escribir esa misma carta, pero al revés, con puros antónimos y situaciones opuestas. Yo no le tenía miedo a mi papá, sino confianza; él no era déspota, sino tolerante conmigo; no me hacía sentir débil, sino fuerte; no me creía tonto, sino brillante. Sin haber leído un cuento ni mucho menos un libro mío, como él sabía mi secreto, a todo el mundo le decía que yo era escritor, aunque me daba rabia de que diera por hecho lo que era solo un sueño. ¿Cuántas personas podrán decir que tuvieron el padre que quisieran tener si volvieran a nacer? Yo lo podría decir.
   Ahora pienso que la única receta para poder soportar lo dura que es la vida al cabo de los años, es haber recibido en la infancia mucho amor de los padres. Sin ese amor exagerado que me dio mi papá, yo hubiera sido alguien mucho menos feliz.

Héctor Abad Faciolince

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